El rugido de los motores europeos empieza a apagarse, no por falta de gasolina, sino de chips. Lo que parecía un conflicto comercial más entre potencias se ha transformado en una tormenta perfecta: Nexperia, el fabricante neerlandés controlado por capital chino, se ha convertido en el epicentro de una disputa que ya amenaza con paralizar la producción de automóviles en toda Europa.
Desde Volkswagen hasta Volvo, los gigantes del motor activan planes de emergencia ante un bloqueo que revela, una vez más, la fragilidad tecnológica del continente.
De la lista negra a la línea de montaje: cómo empezó todo
El 16 de octubre, la Asociación Europea de Fabricantes de Automóviles (ACEA) lanzó la primera señal de alarma. Los chips de Nexperia, esenciales para las unidades de control electrónico (ECU) de miles de vehículos, empezaban a escasear. No era un fallo técnico ni una huelga: era la consecuencia directa de la nueva lista negra de EE. UU., que extendía restricciones a empresas controladas por grupos sancionados. Entre ellas, Wingtech, matriz china de Nexperia.
El movimiento desató una reacción en cadena.
Países Bajos intervino la compañía, alegando “protección del suministro estratégico”, mientras China respondió con bloqueos a la exportación de componentes electrónicos. En cuestión de días, el flujo de chips se redujo drásticamente, y con él, la estabilidad de una industria que depende de cada pieza como si fuera un latido.
La situación no tardó en escalar. Volkswagen reconoció haber activado un equipo especial para buscar proveedores alternativos, aunque advirtió que la sustitución no será inmediata. “Tenemos un proveedor alternativo que podría compensar la falta de Nexperia”, declaró Christian Vollmer, responsable de Producción del grupo alemán. Pero el margen es estrecho: los inventarios apenas cubren unas semanas de producción.
Y mientras Europa contenía la respiración, Estados Unidos y Japón también comenzaron a sentir el eco. General Motors, Ford y Mitsubishi confirmaron que sus cadenas de suministro podrían verse afectadas antes de fin de mes.
Una grieta que expone la dependencia tecnológica europea
Más allá del impacto industrial, el caso Nexperia se ha convertido en una grieta geopolítica de primer orden.
El Gobierno neerlandés defiende su intervención como una medida de seguridad nacional; Pekín lo interpreta como una agresión comercial. En el centro, los fabricantes europeos intentan mantener el equilibrio entre sus plantas, sus proveedores y un mapa global cada vez más inestable.
Europa ya sufrió el trauma de la crisis de semiconductores durante la pandemia, y aunque desde Bruselas se impulsaron iniciativas como el EU Chips Act, los resultados aún están lejos de verse. La realidad es que el 60 % de los chips industriales que usa el sector automotriz provienen de Asia, y Nexperia era uno de los pocos actores con pie en ambos mundos.
Por eso, el impacto va más allá de los retrasos. Lo que está en juego es la autonomía tecnológica europea, una carrera en la que China y Estados Unidos llevan años de ventaja.
Lo curioso es que, a diferencia de otras guerras comerciales, aquí el arma no es el acero ni el petróleo, sino el silicio.
Una pieza del tamaño de una uña puede detener una fábrica entera.
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